En Europa todavía llueve y hace mucho frío, pero por alguna extraña razón, cuando cierro los ojos, el aire me sabe a sal. A sal de mar y, sobre todo, a sal de Caribe.

Creo que debe ser porque tenemos un reloj estacional, que, como ese que llamamos biológico, también se despierta en un momento del año porque sabe que el verano ya no anda nada lejos.

Hay, desde luego muchos veranos, pero a mi, el mio me parece siempre azul y salado. Aunque tiene otros muchos tonos, formados por los miles de matices de pieles de diferentes razas que conviven en Latinoamérica y Caribe y que me parecen la gama más hermosa de la que podemos disfrutar.

Esa es también la sal de la vida, la mezcla de culturas, de acentos, de sabiduría, que todas juntas forman lugares tan hermosos que ahora cada vez más se extiende cerca de nosotros.

Nada puede ser mejor que aprender dejándonos acariciar por esta naturaleza que nos hizo diferentes.